Luchadora

Laura está loca. Loca en el  buen sentido: es una chica extrovertida, que dice lo que piensa, que vive el momento y prefiere hacer algo a arrepentirse de no haberlo hecho. Todo son risas con ella, y que sonrisa más bonita tiene. Sabe como divertirse, es la puta ama. Cuida como nadie de sus amigos, aunque con los desconocidos a veces no sabe ver el límite entre la sinceridad y la impertinencia. Así ha acabado buscándose algunos enemigos, aunque a ella le son totalmente indiferentes. En cambio, con aquellos a los que quiere es cariñosa, protectora, detallista. Es una persona que merece muchísimo la pena, pero la sociedad la juzga por sus ideales y su forma de pensar, la gente la insulta por que no comparten su opinión. Aunque como ya he dicho, se la suda.

Pero cuando está sola, Laura se mira al espejo y no se reconoce. Jamás hubiera pensado que sería tal y como es ahora; no siempre puede llevar puesta esa máscara de felicidad efervescente que tanto la caracteriza. Todo se ha ido yendo a la mierda poco a poco, tan paulatinamente que ni ella se dio cuenta a tiempo para evitarlo. Laura tiene una familia que la quiere con locura, unos amigos que también, pero es ella la que no se quiere a sí misma. A eso va al hospital, a que la enseñen a quererse. Allí conoce a gente que está en su misma situación, gente a la que la sociedad ha destruido por dentro, gente que no se acepta y no está a gusto consigo misma, a la que hay que tener vigilada constantemente para que no hagan estupideces. También hay drogadictos, niños que intentaron acabar con su vida por que no sentía fuerzas para continuar, esquizofrénicos, autistas. Allí los cubiertos son de plástico y no se pueden recibir visitas de gente que no sea de tu familia. Todos los días al despertarse, Laura se pregunta cómo ha podido llegar hasta esa situación.

Toda esa gente que juzga por lo que parece ser y no es, deberían de abrir los ojos y conocer antes de abrir la boca y criticar.
Egocéntricos.


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